Introducción
Este artículo es fruto del inmerecido ofrecimiento que mi estimado Dr. Carlos de Castro me hizo con el fin de publicarlo en 15/15\15, revista que leo con cierta frecuencia ya que en ella se abordan temas de extraordinario interés para quien se preocupe por el devenir de nuestra sociedad, más allá de las anécdotas manidas de las discusiones políticas del día.
La reflexión que aborda este artículo proviene de varias fuentes que me hicieron meditar sobre el destino a corto, medio y también largo plazo de la sociedad en la que vivimos. Las lecturas que atrajeron mi atención fueron fundamentalmente dos artículos:
- El artículo “Why we are underestimating the American Colapse?”
- El artículo “The Signs of Deconsolidation” publicado en la revista Journal of Democracy, January 2017, vol 28.
Estas lecturas y el intento de darles una significación/explicación, me trajeron a la memoria la teoría de la Historia de Oswald Spengler, magníficamente descrita en su libro La Decadencia de Occidente (1918), que en realidad en alemán tiene un título más poético pues Der Untergang des Abendlandes debería traducirse mejor, siguiendo el espíritu poético del autor, como “El Hundimiento de las Tierras del Ocaso”, es decir, de los territorios allí donde el sol se pone (sí, Occidente, donde vivimos); la fuerte simbología del título refuerza el mensaje del autor sobre el destino de nuestra Civilización. Y también me ha ayudado en esta reflexión, cómo no, la magna obra de Arnold J. Toynbee Estudio de la Historia.
Ambas lecturas y la relación con la obra de Spengler y Toynbee fueron la base de mis aportaciones en un podcast que grabamos hace unos meses para el Colectivo Burbuja, en el cual me honro en participar de vez en cuando.
Pero antes de pasar a hablar de Spengler o de Toynbee, merece la pena que indique qué fue lo que me llamó la atención de los artículos anteriores, que, pese a abordar una temática que no es nueva, sí que han logrado aparecer en los medios de comunicación mainstream, cosa no tan nueva en los últimos tiempos.
El artículo sobre el “American Collapse” tiene de subtítulo “The Strange New Pathologies of the World’s First Rich Failed State” (Las extrañas nuevas patologías del primer Estado fallido rico del mundo). Bajo este título tan rotundo el autor se detiene a analizar los inmensos problemas sociales que se viven en Estados Unidos; en particular menciona, por ejemplo, los 12 tiroteos en escuelas e institutos en 23 días (el artículo es del 25-1-18), que son estadísticas más propias de estados en guerra o que padecen una insurrección armada grave (lo compara con Irak o Afganistán), que de un país estable y rico de Occidente. Esta patología de los tiroteos y masacres en las escuelas la considera el autor como “unique to America” (único de América), entre países desarrollados y no desarrollados; desde luego la frecuencia con las que los norteamericanos matan aleatoriamente a sus vecinos parece un fenómeno único en el mundo. Otro de los problemas resaltados en ese artículo es la “epidemia de opiáceos” con unos 60.000 muertos relacionados con el abuso de estos compuestos en 2016, más muertos que en toda la guerra de Vietnam que duró unos 10 años y supuso un shock profundo dicha misma sociedad; o bien, el problema de cientos de miles de ancianos cuya jubilación no les permite subsistir y recorren el país de un trabajo temporal precario a otro, junto al precariado joven, todo ello es también “unique to America” respecto al resto de los países desarrollados del mundo (de momento).
Pero lo que al autor de este artículo, Umair Haque, más le sorprende, no es que sucedan estos problemas sociales, sino la postura que la sociedad en su conjunto toma ante ellos: no hay la mínima reacción a los mismos, y al contrario de la guerra del Vietnam o el caso de los Derechos Civiles en los estados del Sur, no hay ningún tipo de movilización de la sociedad civil ante estos problemas, que se entienden, por tanto, como no problemáticos, parte de la normalidad, aunque sea dolorosa. Para este autor este es el síntoma más claro del verdadero colapso social, del fracaso estrepitoso de esa sociedad que recuerda a la dinámica del colapso soviético y de otras sociedades en profunda decadencia. La completa destrucción de la empatía y de los vínculos sociales de una sociedad son los síntomas más claros de su decadencia social acelerada, es decir, de su lento camino hacia el colapso.
En el otro artículo que menciono, el de la revista Journal of Democracy de título “The Signs of Deconsolidation” se analizan una serie de encuestas, realizadas por la entidad European and World Values Survey en una serie de países occidentales entre los años 2010 y 2014, es decir, bastante antes del Brexit y de la elección de Trump como presidente de los EE. UU., donde se recogían las opiniones de diferentes colectivos ante la democracia. Por ejemplo, estos son resultados de dichas encuestas en varios países:
En las gráficas anteriores vemos las respuestas de los encuestados de los diferentes países ante la pregunta “¿Es esencial vivir en democracia para usted?”, mostrando el tanto por ciento de personas que responden “SÍ” a dicha pregunta, divididos según la década en la que nacieron.
Lo que verdaderamente asusta de las gráficas anteriores es que en esos países, a medida que las personas son más jóvenes, el porcentaje que responde que “vivir en democracia es esencial” baja, y esto sucede en todos los países encuestados, muchos de ellos con una tradición democrática de siglos, como es el caso de Reino Unido, EE. UU., Australia, Nueva Zelanda, Países Bajos o Suecia, todos ellos países con rentas per cápita de las más altas del mundo. Un ejemplo espectacular es el caso del R.U., donde entre los encuestados nacidos en la década de 1980, menos del 30% consideran que es “esencial” vivir en democracia. Y luego hay quien se sorprende del Brexit…
Alguien podría pensar que todos los encuestados deben ser personas de ultraderecha, pero nadie se cree que más del 80% de los jóvenes ingleses sean de esta ideología. Y si lo son, ¿no es síntoma eso de que algo muy grave está sucediendo en una sociedad? Pero en este caso, según se apunta, en realidad este efecto no se circunscribe a ninguna ideología política específica.
Dentro de estas mismas encuestas se hizo la pregunta de la opinión de los encuestados sobre la posibilidad de que un “líder fuerte” rija los destinos del país “sin parlamento ni elecciones”. En la siguientes gráficas puede verse cómo ha cambiado a la opinión al respecto desde 1995 a 2011 en los EE. UU.
Puede verse que en los rangos de edad más jóvenes (décadas de nacimiento más cercanas al día de hoy) crece la opinión positiva hacia los “líderes fuertes” cuanto más jóvenes son los encuestados. Sin ambargo, se aprecia un gran cambio entre 1995 y 2011. Y, si nos vamos a los nacidos en la década de 1980, la opinión favorable a los “líderes fuertes” es del orden del 45%, mucho mayor que las cohortes de mayor edad y acercándose a ser la opinión mayoritaria, lo cual, siendo el país más poderoso, con el ejército más potente de la Tierra y con un arsenal nuclear impresionante, no es precisamente tranquilizador para la preservación de la paz mundial.
Tengo que concretar que estas encuestas son de 2014, es decir, anteriores a que Trump fuese elegido presidente e incluso antes de que participase en las primarias del partido Republicano, y también anteriores al Brexit, por lo que no pueden catalogarse como efectos de la oleada reciente de populismo autoritario como alguien podría concluir; estas tendencias son anteriores, crecientes y soterradas y hablan de algo fundamental en el funcionamiento de la sociedad. No señalan una moda o fenómeno pasajero (como sostienen los medios de comunicación de masas actualmente). Es decir, la causación es inversa, es a consecuencia de estas tendencias, que llevan décadas fraguándose, que podemos explicar a Trump, al Brexit o el auge de los populismos de derechas por todo el mundo, y no a la inversa.
Spengler y la Decadencia de Occidente
Y ahora es cuando podemos empezar a hablar del viejo Spengler, que sonreiría irónicamente si pudiese leer esas encuestas.
Spengler tenía una teoría “orgánica” de la Historia, y pensaba que todas las civilizaciones pasaban inevitablemente por las mismas fases que los organismos vivos, esto es: nacían, crecían, llegaban a su plenitud, entraban en decadencia y acababan desapareciendo. Desde luego, esa podemos decir que ha sido la trayectoria de todas las civilizaciones del pasado; y, para Spengler, la Civilización Occidental, que llamaba “Fáustica”, no será una excepción, a pesar de que esto contradecía y contradice el pensar mayoritario de los miembros de nuestra civilización (como ha ocurrido, por cierto, en el resto de todas las civilizaciones las cuales sentían todas eternas y ser la cima la Humanidad). Es mayoritario el pensamiento de que de alguna manera nuestra civilización, liderada por la Razón, la Ciencia y la Tecnología desarrolladas a partir del Renacimiento, es nada más y nada menos que la evolución natural del Ser Humano como especie, y no un caso particular más de civilización, una forma de entender el mundo entre otras muchas posibles. No, el destino de nuestra civilización, según el consenso existente, era —y es— sacar al Ser Humano, hasta en el último rincón del Mundo, de las tinieblas de la miseria, el miedo, la ignorancia y la superstición y encaminarnos hacia nuestro destino más allá de las estrellas… ¿Verdad que sí? Pero para Spengler no (bueno y en la actualidad para una minoría de personas, entre las que me incluyo, tampoco), y osa afirmar que nuestra civilización también perecerá, como el resto de las civilizaciones que la precedieron, junto con sus propios e inmensos sueños de grandeza.
Hay que decir que Spengler entendía que la Ciencia y la Tecnología modernas son específicas de nuestra civilización, son formas de observar y explicar el Mundo propias de nuestra civilización, no son verdades absolutas trascendentes más allá del Tiempo y del Espacio, y que a cada civilización corresponde una Matemática, una Física, un universo de conceptos, una Música y unas Artes Plásticas, todos específicos para los problemas y “visiones” que se plantean a los sujetos en el seno de la propia civilización; es decir, cada cultura, y por tanto cada civilización, desarrolla una “Cosmovisión”, que no es más que una “Representación” del mundo, no el Mundo (desde Kant es hasta absurdo preguntar qué sea eso del “Mundo en Sí”). Los científicos modernos, impregnados, aún, de platonismo, consideran que pueda existir una matemática aún sin mentes humanas que la sostenga, así pues las verdades matemáticas vagarían flotando en una especie de “Universo de las Ideas” por siempre jamás. Por contra, para Spengler (y otros), la matemática es un “discurso” sobre las formas en que la mente humana ordena determinados conceptos lógicos, los cuales no existen, como tales, en el mundo natural; es una creación de la mente humana (¿alguien vio alguna vez una línea recta mono-dimensional en el mundo?). Además, su forma última, los aspectos en los que se centra-enfoca, son reflejo de una determinada percepción de la realidad que hace una determinada Cultura, lo que usando el término de la teoría vitalista de la Ciencia de Goethe llamaríamos “ur-phänomen”, o sea las “visiones primordiales” de una cultura que lo llenan todo en el mundo interior de las personas que la habitan.
Otro aspecto fundamental de la teoría de la Historia de Spengler era su oposición entre Cultura y Civilización. Para Spengler los entes relevantes en la Historia, los agentes reales del devenir histórico, son las Culturas, que son la manifestación de un modo de entender El Mundo, son “almas colectivas”, y son las sucesivas Cosmovisiones (vívidas) que los seres humanos construyen para aprehender la realidad y dar sentido a todo lo que sucede a su alrededor y a sus propias vidas. La fase final, decadente, de las Culturas es lo que Spengler llama “fase de Civilización” donde se ha agotado la capacidad única creadora de la Cultura en todas sus vertientes (filosófica, metafísico-religiosa, científica, artística) y predomina un modo de vivir pragmático en sociedades urbanas gobernadas ya sólo por la Técnica y el Dinero, con la destrucción de toda tradición en aras de una concepción abstracta de la realidad, sin alma, lo cual se hace al precio de constantes conflictos, guerras y crisis. Las masas desarraigadas, sin alma, se hacinan —paradógicamente solitarias— en megalópolis, se hacen descreídas y materialistas sin más apetito que el pan y el circo, ideados para el adormecimiento.
Era absurdo querer ser filósofo o artista en la Roma Imperial (fase de Civilización de la Cultura helénica), que era el sitio de los ingenieros, los políticos y los generales, es decir, los hombres de acción, con un sentido pragmático de la realidad. Ya no se pretende pensar la realidad, sino cambiarla desde la fuerza, usando las armas, el dinero, la retórica y la tecnología a su alcance. Todas las escuelas filosóficas de la época romana son reflujos de las escuelas clásicas griegas: estoicos, epicúreos, aristotélicos, neoplatónicos, etc… No hay sitio para una nueva metafísica cuando lo importante es el dinero y el poder.
Para Spengler, la democracia se ve fundamentalmente afectada por el paso de la Cultura a la Civilización. Spengler afirma que la democracia, en el ámbito de la civilización (urbana), es simplemente el arma política del dinero, y los medios de comunicación son las herramientas a través de los cuales el dinero opera un sistema político democrático. La penetración completa del poder del dinero en toda la sociedad y sus valores, es otro marcador del cambio efectivo de la Cultura a la Civilización.
La democracia y la plutocracia, al final, son equivalentes en el argumento de Spengler, que dice: “La comedia trágica de los que mejoran el mundo y los maestros de la libertad” es que simplemente están ayudando a que el dinero sea más efectivo. Los principios de igualdad, derechos naturales, sufragio universal y libertad de prensa son todos disfraces para la guerra de clases (la burguesía contra la aristocracia). La libertad, para Spengler, es un concepto negativo, que simplemente implica el repudio de cualquier tradición. En realidad, la libertad de prensa requiere dinero e implica propiedad, por lo que sirve al final al dinero. El sufragio implica elecciones, en las cuales las donaciones (ahora hablaríamos de lobby) marcan la pauta. Las ideologías propugnadas por los candidatos, ya sean el socialismo o el liberalismo, se ponen en marcha, y finalmente sirven, sólo al dinero. La prensa libre no difunde opinión libre: genera opinión guiada, según los fines del dinero, sostiene Spengler.
El análisis de Spengler de los sistemas democráticos argumenta que incluso el uso de los propios derechos constitucionales requiere dinero, y que la votación solo puede funcionar realmente como se diseñó en ausencia de un liderazgo organizado que diseña y construye el proceso electoral, cosa que siempre ocurre en las civilizaciones muy urbanizadas. Tan pronto como el proceso electoral es organizado por los líderes políticos, en la medida que el dinero lo permita, el voto dejará de ser verdaderamente significativo. No es más que una opinión registrada de las masas relativo a organizaciones de gobierno sobre las cuales no poseen influencia alguna.
Respecto a la resistencia de la “sangre”, de la “tierra”, al auge del dinero y el fracaso final de esa resistencia, Spengler piensa que se han escenificado siempre en las sucesivas derrotas de las guerras campesinas, como las de Alemania en 1525. Escribe:
En la historia económica de cada cultura corre un conflicto desesperado librado por la tradición arraigada en el suelo de una raza, por su alma, contra el Espíritu del Dinero. Las guerras campesinas del comienzo de un período tardío (en el Mundo Clásico, 700-500 a.d.c., en Europa Occidental, 1450-1650, en Egipto, al fin del imperio antiguo) son la primera reacción de la Sangre contra el Dinero, que extiende su mano desde las ciudades sobre el suelo fértil. […] El Dinero apunta a movilizar todas las cosas. La economía mundial es la economía actualizada de los valores que se han separado completamente de la tierra, y hechos fluidos. El pensamiento monetario clásico, de la época de Aníbal, transformó ciudades enteras en monedas, y poblaciones enteras en esclavos, convirtiéndose así en dinero que podía traerse de todas partes a Roma y ser usado desde Roma como un poder.El pensamiento monetario Fáustico (Occidental) “abre” continentes enteros, el poder hídrico de gigantescas cuencas fluviales, el poder muscular de los pueblos de amplias regiones, las minas de carbón, los bosques vírgenes, las Leyes de la Naturaleza (Ciencia), y los transforma a todos en energía financiera, que se presenta de una forma u otra —en forma de prensa, elecciones, presupuestos o ejércitos— para la realización de los planes de los poderosos. Los valores siempre nuevos se extraen de cualquier stock mundial que aún exista intacto, desde el punto de vista comercial, sin reclamar “los espíritus adormecidos del oro”, como dice John Gabriel Borkman; y lo que sean las cosas mismas, aparte de esto, no tienen importancia en absoluto.
Según Spengler, con el tiempo, el poder del dinero va engulléndolo todo. A medida que el poder económico va concentrándose en cada vez menos manos la democracia va convirtiéndose, cada vez más, en una pantomima donde se escoge, cada cierto número de años, al títere del día de la plutocracia. Aunque haya verdaderos intentos sinceros de reforma, éstos son estrangulados una y otra vez por la inusitada concentración de poder de que disponen las plutocracias (poder financiero, control de medios de comunicación, control de los mercados, control judicial, poder militar/policial/de inteligencia, etc…). Al final, las políticas que efectivamente se realizan, más allá de gestos vacuos de “diferenciación política”, de “mayores sensibilidades” de “matices” de “gestos”, entre los diferentes partidos —afirma— son aquellas políticas que benefician casi exclusivamente a la plutocracia.
Los ciudadanos, a medida que ven que todo este proceso sólo acelera su empobrecimiento y la concentración de riqueza y poder (que son lo mismo) en manos de cada vez menos, se van apartando de la dinámica democrática, van llegando a la conclusión de que todo el proceso está “trucado”. Es en esta tesitura histórica de las civilizaciones donde surge lo que Spengler llama el “Cesarismo”.
El Cesarismo como tendencia de la Decadencia
El “Cesarismo” es la tendencia de los ciudadanos, en las fases tardías de las civilizaciones, a poner sus preferencias en figuras fuertes, autoritarias, que luchen contra los plutócratas en beneficio del pueblo, aunque el objetivo de los “césares” —por supuesto— es el poder. Así, establecen una alianza con los desfavorecidos para vencer a los aristócratas; estos individuos quieren el poder, no el dinero, y por tanto no se venden. Spengler escogió este nombre en honor de Julio César que se comportó como un populista en su momento, amenazando el poder del senado romano (la plutocracia romana) y proclamando su intención de realizar reformas en la sociedad romana que beneficiasen al pueblo en detrimento de los poderosos. Ya sabemos cómo acabó César, pero el sistema quedó tocado desde entonces y Roma pasó, así, a una nueva fase imperial.
El equivalente, anterior a Julio Cesar, eran los “Tyrannos” de la Grecia Jónica, donde el significado de la palabra tirano no tenía nada del matiz peyorativo que tiene en la actualidad, y de hecho —según parece— la mayoría ejercieron el poder con el apoyo de la mayor parte del pueblo, al menos al principio, en contra de las oligarquías existentes, en las sucesivas crisis de deudas que ocurrían recurrentemente en las nuevas economías monetarias de la zona y que originaban una concentración de la riqueza insostenibles.
Siguiendo a Spengler, podemos decir que ahora, como antaño, es la esclavitud por deudas el heraldo que anuncia la llegada del “César”.
Spengler escribió la Decadencia de Occidente en 1918, bastante antes del nazismo, pero ya olfateaba lo que podía ocurrir con posterioridad en la Gran Crisis de Deuda de finales de los años 20 y los 30’s del pasado siglo, con el advenimiento del fascismo y el nazismo, en Europa y las políticas de Roosevelt (otro hombre fuerte, que llamarían populista ahora) y que fueron consideradas en los EEUU como “fuera de todo consenso”, “comunistas” y “autoritarias” por sus detractores liberales (y que, ciertamente, en el aspecto económico se parecían a las que se estaban realizando por los regímenes fascistas europeos con sus grandes programas de empleo público keynesiano).
Quizás nos encontremos ahora en una tesitura similar, en otra Gran Crisis de Deuda, donde los ciudadanos ven sus condiciones de vidas mermadas y sujetos a una suerte de servidumbre por deudas que les llena de ansiedad y miedos al futuro, con la progresiva pérdida de las redes de seguridad tradicionales de la familia extensa y de las comunidades tradicionales, barridas por el aluvión de la Modernidad y sus secuelas de soledad generalizada —soledad en cuanto a lo que importa, el apoyo mutuo, no el “ruido” incesante y vacuo de las redes sociales—, con unos políticos que presienten meros agentes del poder (económico) real, con responsabilidad clara en el estado (lamentable) de las cosas. El llamado Populismo democrático puede ser la última barrera antes del auténtico “Cesarismo” autoritario que inicie el “Jubileo” de deudas, o la “limpieza de pizarras” o quizás algo peor…
Eso, creo, es lo que nos están diciendo las encuestas…
Otro famoso autor que se ha ocupado, como Spengler, del destino de las civilizaciones es el inglés Arnold J. Toynbee en su magnífica y voluminosa obra Estudio de la Historia, donde realiza un análisis exhaustivo de las sucesivas civilizaciones.
Al igual que en la teoría de la historia de Spengler o de Giambattista Vico, según Toynbee las civilizaciones pasan por una serie de fases “orgánicas” de nacimiento, crecimiento, esplendor, decadencia y caída. No obstante, Toynbee no es tan fatalista como Spengler o Vico en cuanto al final de las civilizaciones, y todo apunta a que la única civilización que para Toynbee se puede salvar de las fases de decadencia y muerte (caída) es la occidental, lo cual no acaba de parecerme un análisis muy objetivo.
La Decadencia de las Civilizaciones según Arnold J. Toynbee
Para Toynbee las civilizaciones nacen o se suceden por un mecanismo de “incitación-respuesta”, en el que una “Minoría Creativa” consigue dar una respuesta adecuada a un conjunto de “incitaciones” (crisis) que amenazan el cuerpo social, transformando para siempre a la propia sociedad.
Así, por ejemplo, ante los problemas demográficos y sociales de Atenas, la “Minoría Creativa” mercantil de la ciudad lideró la construcción de emporios comerciales (colonias) por todo el Mediterráneo, consiguiendo crear un estado esclavista-democrático (democracia sólo para los hombres libres adultos que puedan portar armas: la llamada democracia hoplítica); mientras que en Esparta la Minoría Creativa tomó un camino militarista y decidió que la expansión sería hacia el otro lado de la montaña y consistiría en sojuzgar a los habitantes de la ciudad de Mesenia. Así, las subsiguientes dos guerras Meseno-Espartanas acabarán configurando los rasgos militaristas y de rigidez vital de la sociedad espartana (sistema Licurgeo).
La decadencia de las civilizaciones, para Toynbee, sucede cuando la “Minoría Creativa” pasa a convertirse en una “Minoría Dominante” y deja de liderar a la sociedad según su capacidad de dar soluciones creativas a las incitaciones (crisis) que se suceden, y en cambio basan su legitimidad meramente en la tradición, en su capacidad de control de las instituciones y sobretodo en la fuerza, en un progresivo apartamiento del resto de la sociedad donde acaba creándose un “Proletariado Interno”, sin acceso a las decisiones políticas y con una situación socio-económica cada vez más precaria, mientras que los pueblos y naciones exteriores a la civilización se convierten en un “Proletariado Externo” que cada vez va tomando una actitud más hostil hacia la civilización, toda vez que ésta usa el militarismo crecientemente como un medio de búsqueda de recursos y de cohesión interna (el peligro exterior).
En su evolución, las civilizaciones pasan por una fase que Toynbee llama “de los Estados Parroquiales” donde se produce una lucha fratricida entre los diferentes estados que forman esa civilización; como era el caso de las Guerras del Peloponeso en la Grecia Clásica, o el período llamado “de los Reinos Combatientes” (siglos V al III a.d.c.) en la China clásica, o las 1ª y 2ª Guerra Mundial en la Civilización Occidental. El fin de este período de luchas entre estados termina con la formación de un llamado “Estado Universal” (Imperial) que inauguran un período de paz y estabilidad, pero que ya anuncia, inequívocamente para Toynbee, el período de franca decadencia de esa civilización, siendo su última fase aquella en que se forma una “Iglesia Universal”.
Podemos considerar al Imperio Romano como el “Estado Universal” de la Civilización Helénica, que estableció la Pax Romana y puso fin a las continuas guerras fratricidas de las polis griegas entre sí. Y podríamos considerar que los EE. UU. han establecido un “Estado Universal”, con la llamada Pax Americana, tras las dos guerras mundiales y el fin de la Guerra Fría. Los equivalentes a las “Iglesias Universales” serían, en el período romano tardío el Cristianismo como religión oficial del imperio, y en la actualidad el credo en las democracias neo-liberares en el seno de la globalización, entendidas por Francis Fukuyama como “El Fin de la Historia”.
Tengo que mencionar que Toynbee, que murió en 1975, nunca pensó que la civilización occidental había alcanzado la fase del “Estado Universal”: no parecía creer que ese podía ser el papel actual de los EE. UU., aunque aún no había caído el Muro de Berlín…
Siguiendo este razonamiento, todo apunta a que hemos alcanzado, en la civilización occidental, esa fase que tanto temía Toynbee de “cristalización” de una Minoría Dominante que intenta controlar el devenir de la civilización a través de un “Estado Universal” (República Imperial de EE. UU.) y por medio de una “Iglesia Universal” (Neoliberalismo y Globalización) ante la cual No Hay Alternativa posible (There Is No Alternative = TINA), ante los elogios del coro de sus aduladores, como Francis Fukuyama.
Pero la Historia nunca se detiene, aunque a veces no nos guste hacia adónde va. Tampoco se repite nunca, pero sí rima.
Las fases Neo-Estoica y Metafísica
Siguiendo con Spengler, la siguiente fase después del Cesarismo (o populismo autoritario), correspondería a los Neo-Estoicismos, que él identifica modernamente con el Socialismo (o el Budismo en la antigua civilización Hindú), como siguiente etapa en el proceso “adaptativo” de decadencia de la civilización, cuando continúe el deterioro sostenido de las condiciones socio-económicas y ambientales, pero que no supone un cambio profundo de la civilización (de su cultura) pues respeta el marco simbólico-mítico de la misma, es decir, sus “visiones primordiales” que van más allá, en nuestra civilización, del propio capitalismo, como muchos no parecen percibir (ver el ejemplo de los regímenes marxistas del pasado para entenderlo). Este socialismo renovado preveo que, a semejanza con el estoicismo clásico, incidirá más en los aspectos éticos que en los puramente económicos, copiará del estoicismo el profundo sentido ético de la vida, su renuncia y oposición a los valores y comodidades materiales (ahora lo llamaríamos consumismo), el cultivo de una vida frugal y virtuosa, el aprecio de la valentía personal, de la racionalidad, la aceptación del determinismo de causas-efectos en el mundo natural (progresivamente descrito como “destino”), la lucha contra las pasiones irracionales, un alejamiento de la espiritualidad per sepudiendo considerarse las religiones como válidas siempre teniendo en cuenta sólo y exclusivamente las implicaciones éticas de las mismas (la religión como puro sistema ético-racional, negando cualquier cualidad trascendente), la solidaridad y un fuerte cosmopolitismo, ya que sus partidarios se consideran ciudadanos del mundo contrarios a los localismos y nacionalismos que creen profundamente irracionales, insolidarios y destructivos.
Tampoco funcionará: históricamente supone una ralentización de la decadencia y ciertos repuntes de recuperación de la sociedad, pero los problemas inherentes persisten, como persiste la destrucción del medio natural y social donde habita la civilización. El deterioro, pues, seguirá su marcha imparable.
La última fase de las civilizaciones supone la llegada de una inevitable “Edad Metafísica” (o de la Segunda Religiosidad) fase avanzada cuando ya la decadencia de la civilización sea mucho más severa (como ocurrió al final del Imperio Romano donde el estoicismo fue abandonado en favor de sistemas metafísico-espirituales relacionados con la “Transfiguración” en el sentido que le da Toynbee), que precede a la disolución propiamente dicha de la civilización y el nacimiento de otras formas culturales, y por tanto sociales, radicalmente distintas (como ocurrió tras el fin del Imperio Romano), en medio de una fuerte dislocación social.
Epílogo
Que nadie se engañe, no soy un profeta del Apocalipsis ni nada por el estilo; este proceso que he descrito no es rápido e inmediato, sino probablemente de siglo(s). Así ha sido históricamente, aunque nuestra civilización “Fáustica”, cuya visión primordial es la ausencia de límites, probablemente acelere todo el proceso.
En general entre las personas educadas con amplia formación, pertenecientes a una civilización madura, habitantes de un mundo urbano donde (casi) todo lo que se observa es obra humana y por tanto donde todo está perfectamente controlado, y en especial en nuestra civilización cuyas herramientas principales son la Ciencia y la Técnica, que nos han permitido el control de toda la Tierra; siempre se piensa que se puede hacer algo, que se puede evitar, por ejemplo, el auge del Cesarismo, que se pueden frenar las tendencias destructivas de la decadencia de la civilización o incluso —nada más y nada menos— sustituirla, casi de la noche a la mañana, por otra Cultura, por otra Visión del Mundo, por otro Paradigma completamente distinto —o eso creemos—, que nos permita superar las crisis anidadas que tenemos encima.
Para nosotros, los civilizados, los bien educados en la causalidad y en la razón, los de buen corazón, se nos ocurre que debe ser posible persuadir a los otros de las obvias dinámicas destructivas de nuestra sociedad, desgranar los problemas, analizar sus causas y ofrecer soluciones “claras y distintas” (parafraseando a Descartes). ¿Acaso no somos, al fin y al cabo, la civilización más sabia que ha existido jamás, porque su saber se fundamenta en la Ciencia y sus verdades, y no en la mera superstición? ¿No hemos dejado nosotros atrás todos los mitos y vivimos instalados en la Razón y en las verdades que nos aportan las certezas científicas? ¿Acaso —con la inestimable ayuda de la Ciencia— no podemos diseñar un mundo distinto, donde, de forma cuasi-indolora, superemos los desafíos destructivos de nuestra civilización y su devastadora deriva? ¿Acaso no hemos acariciado ese sueño ya con la punta de los dedos y sólo falta tunear algunos pequeños fallos del sistema?
Pero, y ¿si la propia idea del Control de la realidad —incluido el ser humano—, cuyo fundamento ético deriva del proceso de la desacralización a fondo de la Naturaleza, y que está en la base de la misma Ciencia, es la raíz de la devastación que vemos alrededor?, y ¿si esa, y no otra, es la enfermedad mortal de nuestra cultura?
Nosotros los civilizados, como observadores externos, averiguamos las causas y elaboramos las estrategias bajo el Principio de Separación entre nosotros y el Mundo, y escogemos aquello que más nos conviene a largo plazo; como salvar un bosque, por los beneficios ecológicos y la belleza que eso nos aporta, o proteger a las abejas, por sus insuperables beneficios para la agricultura ecológica, o eliminar los plásticos porque dañan los caladeros de peces y ensucian las playas, o reducir el uso de los combustibles fósiles pues el calentamiento global debido al CO2creará muchos problemas que afectarán a la agricultura y a las ciudades al borde del mar, o pasar a usar coches eléctricos que contaminan menos pero nos dan esa libertad de movimientos que tanto necesitamos, etc…
Creemos que con las estrategias racionales de análisis de coste-beneficio, heredadas, epistemológicamente del Mercado (racionalidad deriva de ratio: una relación entre cantidades), podemos superar las crisis anidadas que nos acechan, entre otras las socio-política que he descrito. Sin embargo, éstas sólo reforzarán su intensidad, pues las mismas herramientas que originan un problema no sirven para su solución; nunca han servido, ni en la nuestra, ni en el resto de las civilizaciones que han existido.
No, no funcionarán, nunca han funcionado, esa misma palabra (funcionar) está en la misma base de nuestros problemas, pues define una mecánica y un fin (para nosotros). Pero así hablamos nosotros, es eso lo que somos, como hijos de la Civilización de La Máquina(Lewis Munford).
Nuestra civilización, una criatura orgánica del mundo, tiene que seguir su curso, andar su camino. Nunca fue ni la finalidad última ni será tampoco el final del largo camino humano, ni siquiera una etapa en un presunto progreso (idea propia de nuestra civilización Fáustica) en la mejora de las sociedades humanas, sino una de las muchas formas posibles de ser y pensar el mundo, de vivir como humanos, con sus muchas luces y sus muchas sombras. Una forma que deberá morir para que otras nazcan, para que la Naturaleza —siempre creadora— pueda verse en unos nuevos ojos que la mirarán de una forma completamente distinta a como lo hacemos nosotros, con el asombro de un bello mundo nuevo que renace.